Mi desayuno se ha cocinado a fuego lento esta noche, se ha cocinado entre manos expertas, caricias lentas y suaves, mimos de voz y alaridos de garganta.
Mi desayuno golpeó en la madrugada las puertas de mi cuerpo exigiendo servirse. Y yo, me lo bebí lento, saboreándolo con intensa lujuria.
Lo disfruté despacio, perfume por perfume, sabor a sabor, textura de texturas. Húmeda de placer y de lascivia hambrienta.
Y como me parece justo siempre ponderar lo bueno que se ha hecho, me acerqué al chef y lo miré a los ojos intensamente, le besé las manos con ternura y deseo inacabable, chupé sus dedos maestros para no desperdiciar un sólo sabor, acaricié su rostro mordiéndome los labios, dibujé con mi boca cada centímetro de su piel almizclada. Y me acerqué a su oído para pedirle entre gemidos un servicio de catering vitalicio.
Lo cotizo muy alto...
...y sonreí, porque puedo con el costo y porque sé que lo vale.
Sonreí, porque cada día será más valioso y aún así yo podré disfrutarlo.
Sonreí, porque mi única queja lo hizo sonreír...
-Tus desayunos tienen un problema, y no es menor, crean adicción y a los pocos minutos es imperativo repetir.-
Y sonreí también porque me dijo "que no tenía importancia, que él podía servirme cuanto quisiera, que yo sólo tenía que pedirlo."
Sonreí el tiempo exacto que tardó en besarme, y preparar mi boca para el próximo plato.
Luego dormí en sus brazos, y más tarde, cuando volví a despertar no pude evitar pedirle más...
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